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Una sonrisa y algunas lágrimas en el Monte do Gozo. La meta es maravillosa y está ahí mismo: el dibujo pétreo de Santiago estampa su perfil de torres sobre el verdor de las colinas y el incandescente cielo gris. Desde el mirador de esta colina, que anuncia el fin del Camino, los peregrinos, creyentes o no, atisban con devoción el acto final de su ruta de religiosa fe o de mundanal experiencia. La emoción la delatan sus gestos: objetivo conseguido.
Pero también se cuela una nostalgia anticipada: todos esos kilómetros que quedan atrás, esos momentos y esas gentes irrepetibles. Se disipa todo en la algarabía del descenso, esos ultimísimos metros que los llevarán a la ciudad que ha iluminado en todo momento el horizonte de su muy larga andadura. El viaje, como para millones de peregrinos a lo largo de los siglos, quizás haya sido toda una catarsis personal o acaso sólo un historiado y animado tránsito, pero la llegada a la plaza del Obradoiro y la primera contemplación de la majestuosa Catedral será indefectiblemente solemne. ¡Qué grandioso es el mundo!
El despliegue barroco de la fachada, con sus precisos ornamentos y el sentencioso trasfondo del granito de las piedras, matizado por el verdín, que le da solera y viveza, es una escena que sobrepasa a todos. Y ya comienzan unos y otros a girar para contemplar el argumento completo de esa plaza, cuyo nombre le viene de los talleres de canteros ahí instalados durante la construcción de la fachada barroca: la austera elegancia gótica del Hostal dos Reis Católicos,antiguo hospital de peregrinos convertido en Parador; la envoltura barroca del románico Palacio Arzobispal de Xelmírez; el sencillo renacentismo del Colegio de San Xerome y el neoclasicismo de aires británicos del Palacio de Raxoi, sede del Ayuntamiento, que parece animar la luz de la plaza desde sus balcones y ventanas.
Primera parada
Mucho asunto y mucho espacio, más que apreciable en un país donde a la mayoría de las catedrales no se les concedió el don visual de una plaza "como Dios manda" frente a su fachada. Como siguiendo el hilo de lo solemne, la simétrica suntuosidad de la doble escalinata conduce a los visitantes al interior de la Catedral a ritmo de cortejo. El Pórtico de la Gloria y la rotunda expresividad de que era capaz el escueto diseño románico.
Con fe o por si acaso se quedan todos mirando, para invocar a la fortuna poniendo la mano en la columna del parteluz y chocar la cabeza con la de O santo dos croques. Sigue el ritual: el abrazo al santo por detrás del altar y, si es el momento, contemplar el tremendo balanceo del botafumeiro. Se disfruta ese vértigo del tiempo en los escenarios con muchos siglos de vida. La película de imágenes que se proyecta en la mente se verá acrecentada en el museo catedralicio del claustro.
La arquitectura en Santiago de Compostela
Qué no vislumbraría en la emoción de las piedras de su ciudad Rosalía de Castro, con su melancolía siempre dispuesta. Una saudade dulce y disfrutable emana de la arquitectura granítica de Santiago, vivida blandamente desde los marcos blancos de sus ventanas y avistada en su conjunto desde los tejados de piedra de la Catedral. Sale el sol, porque –ya se sabe– el planeta está muy raro y cada vez llueve menos, incluso en estas tierras tan popularmente ligadas a ella, y las fachadas de las otras plazas que rodean la Catedral de Santiago de Compostela parecen inflarse, pero esa literaria melancolía no se borra del todo. Y mira que jalea el gentío en torno a los tunos que entonan sus eternas canciones en la plaza de la Quintana, dale que dale a los laúdes y demás por delante de la Casa de la Parra. El "No te enamores, compostelana" llega cuando algunos peregrinos se desmarcan para atravesar la Puerta Santa.
Por otro acceso de la Catedral darán con la plaza de la Azabachería, donde los caminantes medievales se encontraban con mesas de cambio y vendedores. En aquellos tiempos era lugar de orfebres la plaza de Platerías. La magia armónica del granito discurre por las rúas a través de pazos (palacios), iglesias y casas de gallega factura, que se alinean, con o sin soportales, al caprichoso trazado. Restaurantes muy apetecibles, tiendas a la última, bares de mucho ambiente... ¿Dónde hacer parada? ¿En qué esquina desviarse? Rúa Nova, O Franco, A Raíña, Orfas, Preguntoiro, la estrecha Entrerrúas, Praza do Toural...
¿Una de pulpo a feira y un ribeiro?
A letanía fantástica suenan los nombres que titulan este mundo envolvente, donde lo turístico sigue sin estar reñido con lo auténtico. ¿Una de pulpo a feira y un ribeiro? Pues sí, que será de sabor genuino, como todos los productos del mar y de la tierra que lucen tan frescos en el muy gallego mercado de abastos de la Rúa das Ameas. Hora de comer, hora de gozo terrenal.
La tarde llegará y se extenderá entre los rayos de sol, que aún se imponen a las nubes. Rúa arriba, rúa abajo, el paseo es una pasión. Hasta el monasterio, iglesia y museo de San Martiño Pinario, con su benedictina leyenda y sus dimensiones casi escurialenses; o hasta el parque de la Alameda, denso en su romanticismo, panorámico en sus vistas: toda esa ciudad gloriosa en el lugar donde en tiempos remotos hubo una villa romana y un mausoleo pagano que en el siglo IX sería reconocido como el sepulcro de Santiago.
Sólo de él podía ser, pues la tradición oral hablaba de las predicaciones y el martirio del apóstol en el finis terrae hispano. Y así empezó todo, y así este mundo en el extremo se tornó en centro de cristiandad. Se multiplicaron las iglesias: San Paio, San Francisco, San Fructuoso, de las Ánimas... Se dio lugar al saber: la universidad comenzó en el Colegio Fonseca, cuyas salas, alrededor del magnífico claustro, hoy son lugar de exposición. Ahí se cuelan las líneas modernas, como también lo hacen en los barrios nuevos, donde surge el contraste de las arquitecturas de vanguardia, como sucede en otras ciudades como Toledo . La ciudad, desde hace décadas capital de Galicia, está hoy más viva que nunca. El futuro ya no es un sueño lejano.
Tranquila ahora que llega la noche, recogida en su neblina norteña, que algodona la luz de las farolas de las rúas. El fin de semana estarán llenas de noctámbulas ganas, porque entonces los malos asuntos también parecen hechos de niebla. Desdibuja asimismo la bruma las torres de la Catedral; y toda la plaza del Obradoiro , teñida de la luz difuminada de los focos, es como una ensoñación para algunos peregrinos rezagados. Se resisten a que el viaje termine y la emoción se evapore.
Cómo llegar
Varias líneas nacionales e internacionales aterrizan en el aeropuerto de Santiago (www.aena.es). El tren (www.renfe.es) es otra opción para llegar a la ciudad, o a los autobuses (www.tussa.org). También en coche a través de alguna de las autovías que pasan por la ciudad.
Oficina Central de Turismo (Rúa do Vilar, 63. = 981 55 51 29)
Hoteles en Santiago de Compostela
- Parador Hostal dos Reis Católicos (Plaza del Obradoiro, 1. = 981 58 22 00.) Ofrece lujo en el corazón de la ciudad.
- Altaïr (Loureiros, 12. = 981 55 47 12.). Hotel con un nuevo diseño y ambiente relajado en pleno casco histórico.
- A Tafona do Peregrino (Virxe da Cerca, 7. = 981 56 89 23.www.atafonadoperegrino.com ). Aunque no tiene muchos lujos, el hotel es muy acogedor. Es un edificio antiguo en el centro histórico de la ciudad.
Dónde comer
- Casa Elisa (O Franco, 36-38. = 981 58 31 12). Cocina tradicional gallega de siempre, en el centro histórico.
- A Caldeira de Pedro Boteiro (Rúa de San Pedro, 32. = 981 57 63 55). Situado en pleno centro histórico de Santiago, ofrece mariscos y pescados de calidad gallega.
- Tránsito dos Gramáticos (Tránsito dos Gramáticos, 1. = 981 57 26 40). Cocina gallega innovadora en el centro.
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