Kim Hyo Sun, la nueva Paulo Coelho, multiplica la presencia de peregrinos coreanos gracias al éxito de sus libros
Kim Hyo Sun es una inquieta periodista de Corea del Sur que se sintió tan fascinada la primera vez que hizo el Camino de Santiago que decidió plasmar su experiencia en un libro. La obra, una oda a la confraternización entre individuos de diferentes culturas con un tono descriptivo que se aleja del misticismo milenarista que tanto arraigo ha adquirido en la literatura jacobea, tuvo tan buena acogida en su país que sus editores le preguntaron a ver por qué no se animaba a escribir algo más con lo que se había dejado en el tintero. Kim Hyo Sun no se lo pensó y se lanzó a un segundo libro que se vendió mejor aún que el primero. El espíritu jacobeo había prendido en ella y decidió volver a recorrer la ruta en busca de inspiración para una tercera entrega que ya había empezado a perfilar en su mente. «El Camino me ha dado una visión más abierta del mundo, la primera vez que lo hice coincidí con peregrinos de 35 nacionalidades y esa es una experiencia muy enriquecedora».
La escritora ha hecho cuatro veces la ruta a Santiago, dos por el Camino Francés, el recorrido clásico, otra por la Vía de la Plata y otra por el llamado Camino Portugués. Sus libros -hasta el momento ha escrito tres- han convertido la también llamada Ruta de las Estrellas en todo un fenómeno en Corea, un país mayoritariamente budista pero que tiene una significativa porción de población católica (41%). La llama de Santiago ha calado allí de tal forma que en muy pocos años sus compatriotas han pasado a formar uno de los principales contingentes de peregrinos. Los 18 coreanos que llegaron a Compostela en 2004 se habían convertido ocho años después en 2.493.
«Los coreanos son muy discretos y suelen viajar en grupos compactos, sin mezclarse mucho con los demás peregrinos», observa Maribel Roncal, que lleva 26 años al frente del albergue de su mismo nombre en Cizur Menor, a la salida de Pamplona. La hospitalera vivió un fenómeno similar hace dos décadas cuando el escritor brasileño Paulo Coelho triunfó con su libro 'El Peregrino'. «A principios de los noventa hubo una 'invasión' de brasileños, ahora aquella moda ya ha pasado y me imagino que dentro de unos años ocurrirá otro tanto con los coreanos». Roncal se expresa en francés, inglés e italiano, idiomas que le bastan para atender a los inquilinos de la «Torre de Babel en horizontal» que en su definición es el Camino.
La Ruta de las Estrellas anticipó la globalización siglos antes de que se acuñase el término. La mitad de los peregrinos son extranjeros, una tendencia que en primavera se acrecienta aún más. En el albergue de Puente la Reina, donde confluyen las rutas que vienen de Somport y de Saint Jean Pied de Port, no cabe un alfiler. Las mochilas ocupan las literas de los dormitorios comunes y los peregrinos, solidarios, se intercambian masajes en las piernas y curas apresuradas en los pies. La lluvia, el viento e incluso la nieve de esta primavera con rostro invernal invitan a los caminantes a apurar sus pasos y ponerse a cubierto cuanto antes.
En el albergue predominan las conversaciones en francés y alemán. La mayoría de los peregrinos son hombres maduros que preguntan con exquisita cortesía por los lugares de interés que se pueden ver en la localidad. La lista es larga. La hospitalera Maribel Roncal confirma las impresiones del visitante: «En primavera vienen sobre todo jubilados europeos, especialmente alemanes, franceses e italianos. Son en su mayoría hombres que se han pasado la vida trabajando y que cuando les llega la hora de retirarse se dan cuenta de que tienen una especie de vacío, como una crisis que les hace ponerse rumbo a Santiago».
Las estaciones no solo transforman el paisaje del Camino, también hacen que cambie su espíritu. Cuenta Maribel Roncal que en verano adquiere una dimensión más juvenil y festiva. «La media de edad baja a los treinta y se nota más alegría y ganas de vivir, es curioso pero cada vez vienen más chavales con la idea de ligar». En otoño vuelve a ser tomado por pensionistas de media Europa mientras que en invierno recupera su vertiente más introspectiva. Los senderos se vuelven solitarios y los romeros viajan recreándose en una espiritualidad que se alimenta de cierzo, silencio y niebla.
Mayo marca el inicio de la temporada alta jacobea. Los tanteos preliminares apuntan que a pesar del mal tiempo la afluencia va a estar este año a la altura de los mejores. En 2012 fueron casi 200.000 los que llegaron a Compostela. Las posadas y albergues se han multiplicado para atender a tanto caminante. En Puente la Reina, donde ya hay tres establecimientos para peregrinos, se rumorea que se van a abrir otros dos. Ainhoa Markiegi, que puso en marcha hace unos diez años un coqueto albergue en Cirauqui, un pequeño pueblo entre Puente la Reina y Estella, cree incluso que hay riesgo de saturación. «Estamos abusando de la gallina de los huevos de oro, a este paso va a haber casi tantos albergues como peregrinos», advierte.
Un albergue singular
En Estella, uno de los grandes hitos del Camino, hay también tres albergues pero uno de ellos es muy especial. Es propiedad de Anfas, una asociación que se ocupa de los discapacitados de Navarra. Lo atienden hospitaleros con discapacidad, a los que ayudan voluntarios que se van turnando. Es una iniciativa que acaba de cumplir diez años y que ha cosechado infinidad de reconocimientos. «Es una gozada poder ayudar a los peregrinos», sonríe Victorio Latasa, uno de los hospitaleros.
Andrea Beriain, que es la responsable, cuenta que todos los años pasan por el albergue unos setenta discapacitados procedentes también de territorios vecinos como Bizkaia y Álava. «Vienen encantados porque para ellos, acostumbrados a recibir ayuda, es toda una novedad descubrir que pueden echar una mano y hacer un servicio a los demás».
-¿Y cómo reaccionan los peregrinos cuando se dan cuenta de que los que les atienden son discapacitados?
«Fenomenal, se interesan por la experiencia y encima suelen recomendar el sitio a otros que hacen el Camino», se entusiasma Andrea. Fuera se ha puesto otra vez a llover y los pocos peregrinos que quedan en ruta buscan refugio. Las argentinas Virginia Mackenna y Florencia Clusella llegan sin aliento con sus bicis llenas de barro. Marimar Ruiz y Manu Saralegi, los dos hospitaleros 'de guardia', les ofrecen un vaso de agua, una de las señas de identidad del albergue. «No sabíamos nada pero nos parece una idea maravillosa», ríen a la par mientras apuran el contenido de los vasos.
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